Dentro del ciclo Historias detrás de la pandemia, presentamos el cuento: La plaga, escrito por Patricio Parra
Covida 2020: Historias detrás de la pandemia
// Retratos de la realidad para ponernos en el lugar del otro //
Serie 1 de cuentos: PLAZA BALCARCE
Cuento La Plaga
por Patricio Parra Martínez
Y un buen día ocurrió. Las calles estuvieron vacías; la gente, entre incertidumbre, miedo y ansiedad, no salió a la calle. Un “virus”, un ente desconocido que amenaza la vida de algunos humanos. Sin información, sin cura, sin conocimiento. Y es que la ignorancia es el mayor enemigo. La falta de empatía su mayor aliado.
Nos dicen que no tengamos contacto físico, pero es que el contacto físico ya es escaso en la era de las telecomunicaciones. Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde; ese contacto, poco apreciado, pareciera estar afectado por nuestro anhelo de acercarnos.
Esa mañana amanecí en mi cuarto, algo había raro… El aire más limpio de lo habitual, se escuchaban las aves piar, ¡no había ruido! Algo raro, sin dudas. Me levanté, desayuné, me duché y me dispuse a ordenar, limpiar… pero algo faltaba.
No me gusta informarme a través de periodistas que ignoran más de lo que saben, sino enterarme a través de páginas científicas. Trato de ignorar el tema; trato de evitar pensarlo. Pero esto es una pandemia, y me aterra.
Lo admito: tengo miedo. La gente está desconcertada, expulsada de sus rutinas, de sus seres queridos, de sus trabajos y hasta del aire libre. ¿Qué opciones tengo? Sin duda, quedarme en casa, pero a eso no me refiero. ¿Debo pensar en ello?¿Acaso debo ignorar el tema y seguir adelante?¿Puedo hacer algo realmente para ayudar a alguien?
Ya van tres días de cuarentena. Las aves siguen piando, como si cantaran nuestra desgracia. Los humanos de la Tierra están en sus casas. Es curioso, hace un mes era impensable, salido de una película de ciencia ficción; hoy es una visión de cómo podría ser el mundo si no mejoramos como especie social.
Se me acaba la comida, debo salir. Me visto, me ducho y me pongo barbijo. No lo hago por mí, pues como científico sé que no me protege sino a los demás. Es un tema de cortesía social. Abro la puerta y salgo, como si fuera la primera vez… Se siente raro, por la calle pocos y nadie. Y los pocos me miran mal, me evitan. Me acerco al mercado y hay cola para entrar: la gente mantiene dos pasos de distancia y evitan hablar. Cuando es mi turno entro, compro lo necesario y salgo… El aire está limpio, las aves siguen hablando de lo que ocurre, pareciera que dicen “te lo dije”.
Y así, como volviendo de una caminata por el espacio, llego a casa, me ducho y me lavo. Es curioso, siento abstinencia de caminar, de moverme, y hasta de ir a trabajar. Insisto en mi postura de no-medios, prefiero no saberlo. Prefiero hibernar y vivir en la bendita ignorancia. Pues yo tengo la desgracia de entender un poco; y ese conocimiento es un arma de doble filo. Podría difundirlo, podría gritar, mas ¿para qué? A quién le importa otra opinión, la desgracia de la población es no saber distinguir información de conocimiento; opinión de hechos científicos. Me da igual lo que opinen. Me da igual todo. Siento bronca.
Quiero salir. Quiero disfrutar del tiempo. Pero no, no debo. ¡¡Me quedo en casa, y esto también se siente como algo nuevo!! Me siento confinado en mi nave espacial. Usemos la imaginación, ¿acaso no pasé un tercio de mi vida despierta empleándola en inventarme una realidad más divertida?¿Acaso la naturaleza no nos dota de sueños, en los cuales imaginamos realidades alternativas? Y de repente me siento un niño, juguetón, rebelde, inquieto, curioso, usando la imaginación. De repente me siento un anciano, cansado, lento, y un poco más sabio. Pienso en mi pasado, pienso en mi presente: no está tan mal. Tuve una buena vida, tengo un instante curioso, ¿qué puedo hacer? Adaptarte.
Y el tiempo va pasando, y la casa no podría estar más ordenada y limpia. Mis plantas no podrían estar más lindas. Toqué la guitarra, vi pelis, series, leí libros, hice ejercicio y las aves siguen cantando, cada vez con más intensidad, como si se burlaran. Por la noche los murciélagos comentan las anécdotas que presencian.
¿Se los escucha susurrar en la noche, o será que me estoy volviendo loco por fin? Pero, ¿qué es la locura?, sino una realidad no compartida. ¿No es eso acaso la imaginación? Estoy sólo, rodeado de gente que me habla, rodeado de animales y plantas, rodeado de mis bacterias que me defienden, rodeado de aire que me oxigena, de luz que me alimenta.
Trato de no pensar, de ignorar. Trato de aislarme: y noto algo curioso: a más sólo estoy, más voces escucho. Un nuevo mundo se reabre. Vuelvo a ser un niño. Vuelvo a ser un anciano. Y pienso, imagino, siento, escucho, percibo. Las aves hablan, los murciélagos murmuran, las plantas sienten, algo grande se avecina.
Patricio Parra Martínez (22/Mar/2020)
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