Dentro del ciclo Historias detrás de la pandemia, presentamos el cuento: La calesita de Galeano, escrito por Fernando Barletta
Covida 2020: Historias detrás de la pandemia
// Retratos de la realidad para ponernos en el lugar del otro //
Serie 1 de cuentos: PLAZA BALCARCE
Cuento La calesita de Galeano
por Fernando Barletta
Los niños lo saben; los padres no. El calesitero de la calesita de la plaza Balcarce lo sabe; los padres, no.
Los niños llegan sonrientes y van corriendo a saludar al señor de la calesita. Él los recibe con otra sonrisa y les da un beso y un caramelo a cada uno; conoce el nombre de cada chico. Ellos lo saben; los padres no. Mientras los niños esperan ansiosos, los padres saludan a don Galeano con gusto y hasta con alegría, pero nadie le da la mano y mucho menos un beso. Él ya lo sabe, y los niños también.
Al principio todo está en silencio; los niños son prolijamente ubicados sobre los juegos y se quedan quietos. Muy quietos. El calesitero observa y se sonríe; mira a los ojos a cada uno de los chicos y les guiña un ojo. La mayoría les responde con una mueca extraña aunque unos poquitos logran bajar una sola pestaña. Ellos también se miran entre sí y se sonríen. Los padres observan esta ceremonia con la intriga eterna por detectar esta misteriosa complicidad entre sus hijos y el calesitero. Pero los hijos y don Galeano lo saben. Los padres no.
La señal es desde esta semana ese agujero negro en la sonrisa de Melinita, se le cayó el diente hace dos días y todavía el ratón Pérez no le trajo nada. Cuando don Galeano mira la cara de Melina y ve ese agujero negro, es entonces que enciende la música aunque se demora un rato más en preparar la bocha con la sortija. Él lo sabe y los chicos también; los padres no.
El señor de la calesita sabe que, en ese mismo instante en que empieza la música, los chicos comienzan a bajar la cabeza y abrazan los juegos: el caballo Ramiro, la vaca Colorada, el auto Supersónico, la tortuga (obviamente) Manuelita… Y los padres miran con la intriga de siempre por más que esta misma escena se repita cada vez. Pero los niños y el calesitero lo saben. Los padres, no. Tapada sus voces por el sonido de la música cada uno de los chicos comienza a hablar con su juego: Melina con Manuelita, Facundo con Ramiro, Violetita con Supersónico (a ella le gustan mucho los autos). Unos instantes después, cada niño apoya delicadamente la mano en una sector preciso del juego mientras el señor de la calesita los mira feliz.
Los padres no lo saben, pero cuando los niños apoyan sus manos de esa manera es porque están sintiendo los latidos del corazón de cada juego. Los padres no lo saben pero la música sí, es por eso que ella solita empieza a sonar más fuerte como si alguien girara la perilla del volumen. Los chicos vuelven a abrazar a su juego y don Galeano prepara la sortija; él sabe que cada chico acaba de contarle un secreto al juego al que está subido. A veces, en vez de un secreto le cuentan un deseo. ¡O por ahí una travesura!
Siempre ha sido igual en la Calesita de Galeano: los niños cuentan sus secretos, deseos y travesuras a los juegos, y estos laten su corazón como respuesta. Los niños lo saben; los padres no. Los juegos conocen los secretos y deseos de cada uno de los chicos, y eso es como si les conocieran el corazón, como si supieran de sus gustos, placeres y temores. Saben que Violetita no quiere tener hermanitos, que quiere ser ella solita para poder usar siempre el monopatín. O que Irene quiere tener un perro y llamarlo Napoleón porque escuchó a su papá hablar bien de él y lo cree un sabio. Los juegos, conocen a los niños. Los padres…
Ahora hay cuarentena y los niños son obligados a estar en casa. La calesita está cerrada, cubiertos los juegos con una lona para protegerlos de la intemperie. Nada se escucha; todo está en silencio en la plaza. Pero tal vez, en las casas no haya silencio. Tal vez los padres estén retando o gritando a sus hijos por alguna travesura o capricho.
Pero los niños extrañan la calesita, extrañan contar sus secretos a los juegos, extrañan ser escuchados, extrañan sentirse queridos cuando sienten los latidos del corazón del caballo Ramiro, de la tortuga Manuelita o del pez Coqueto. Los juegos conocen a los chicos, reconocen quién se les ha subido encima.
Los padres no lo saben; pero los niños y el señor de la calesita, sí.
Fernando Barletta (22/03/2020)
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Cuento La calesita de Galeano
No soy Galeano, sino Nora, la real Calesitera de la Plaza Balcarce y queria comentarte que me encantaron las palabras que escribiste, hay mucha realidad en ellas. Ojala muy pronto todo vuelva a la vida! Un muy cordial saludo!
¡Uy! ¡Qué lindo, Nora! Me alegro que te haya gustado el cuento. Soy vecino del barrio y me sensibilicé con la calesita cerrada… ¡Ojalá puedas pronto regresar a hacer felices a los niños